Su obra configura así una de las modalidades artísticas que, inclinadas hacia una abstracción post-pictórica, sería asumida en su caso bajo el influjo de la exposición que el Instituto de Arte Contemporáneo realiza del legendario miembro de la Bauhaus, Josef Albers, a fines de 1964. Pero será a su vez entre nosotros coincidente a otras trayectorias plegadas también a esa línea constructiva, como las de Regina Aprijaskis o incluso otros miembros de (y alrededor de) Arte Nuevo, quienes asumen para sí una suerte de anulación absoluta de la abstracción lírico-telúrica o la gestualidad expresiva del pincel insuflada al lienzo. Una modalidad que un crítico de arte como Juan Acha saludaría desde un inicio con entusiasmo: siendo radicalmente abstracta y en medio de la irrupción de la llamada nueva figuración, esta pintura sería para ellos otra forma de realismo que anticipa aquí, como en otras latitudes, un guiño con el arte conceptual. Ya monócromas o seccionadas en áreas de color, estas eran despojadas por igual de sentimentalismos y, acaso, también suponían una deflación de la subjetividad.
Pero a diferencia de algunos de sus contemporáneos, la pintura de Tang -casi preferentemente realizada en pintura a látex sobre tela- sería construida a pinceles amplios y trazos de diseño a mano, sin recurrir a la pistola de aire comprimido de uso industrial que emplearían Luis Zevallos o Emilio Hernández durante esos años. Por personalidad, su proceso parecía exigirle tiempos de producción más lentos, aún cuando cerebrales o de diseños geométricos. Parco e incluso reticente, las dos veces en que conversamos me pareció un hombre diplomático, ajeno a la prédica entusiasta de ideas, pero de un particular sentido del humor.
Este aliento vanguardista de corte internacional que marca el pulso del experimentalismo plástico de esos años sería sacudido en gran medida por el populismo velasquista desde inicios de los años setenta, motivando en cierto aspecto su diáspora. Salvo los contados artistas que se plegaron a los proyectos reformistas del régimen -allí están los notables afiches realizados por Jesús Ruiz Durand- casi todos transitan de una manera subrepticia en los decenios siguientes, cuando no se ven tentados a abandonar por periodos a veces extensos su trabajo creativo o salir del país a continuarlo.
Tang hacia 1972-73 emprende un viaje a la aventura con destino a Francia buscando abrirse campo como artista. Su vocación podría así, como la de muchos otros latinoamericanos, verse en una suerte de marginalidad en la escena cultural europea, llegando a optar por realizar exhibiciones privadas en su propio taller. Treinta años después, el artista procuraba una suerte de retiro creativo de regreso al Perú, destinando una pensión por servicios de organización y control en una Feria de París a la adquisición y remodelación de una casa frente al mar en Cerro Azul.
Un cuaderno dejado con bocetos y notas al margen confirma su persistencia en la ortogonalidad de sus diseños, algo más complejos que las pinturas de sus primeros años y con formas geométricas irregulares. Estos apuntes mínimos se suman así a aquél "filo restante" que, en un libre desvío de la traducción del término Hard edge propuesto por Gustavo Buntinx, logra describir mejor para nosotros el contexto y destino final de estas producciones, prácticamente ausentes en colecciones privadas. Varias de ellas fueron acogidas por el Museo de Arte de la Universidad de San Marcos durante los Salones realizados allí a fines de los sesenta.
A cuarenta años de la exposición inaugural de Arte Nuevo en la galería El ombligo de Adán, se preparan hacia octubre encuentros y conferencias para repensar esta y otras experiencias próximas (Galería 80m2 arte&debates). Años decisivos en los que tienen un punto de partida aún poco develado por la historia, varias de las tendencias que definen el rostro del arte en nuestros días.
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